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profesión de fe del Papa Pablo VI |
11. Creemos
todo lo que está contenido en la Palabra de Dios escrita
o transmitida. |
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11. Creemos todo lo que está contenido en la Palabra de Dios escrita o transmitida y que la Iglesia propone para creer como divinamente revelado, sea por una definición solemne, sea por el magisterio ordinario y universal (Cf. Dz. Sch., 3011). 12. Creemos en la infalibilidad de que goza el Sucesor de Pedro, cuando enseña ex cathedra [desde la cátedra] como Pastor y Maestro de todos los fieles (Cf. Dz. Sch., 3074) y de la que está asistido también el Cuerpo de los Obispos cuando ejerce el magisterio supremo en unión con él (Cf. Lumen Gentium, 25). 13. Creemos que la Iglesia fundada por Cristo Jesús, y por la cual El oró, es indefectiblemente una en la fe, en el culto y en el vínculo de la comunión jerárquica. Dentro de esta Iglesia, la rica variedad de ritos litúrgicos y la legítima diversidad de patrimonios teológicos y espirituales, y de disciplinas particulares, lejos de perjudicar a su unidad, la manifiesta ventajosamente (Cf. Lumen Gentium, 23; Orientalium Ecclesiarum, 2, 3, 5, 6). Reconociendo también, fuera del organismo de la Iglesia de Cristo, la existencia de numerosos elementos de verdad y de santificación que le pertenecen en propiedad y que tienden a la unidad católica (Cf. Lumen Gentium, 8) y creyendo en la acción del Espíritu Santo que suscita en el corazón de los discípulos de Cristo el amor a esta unidad (Cf. Lumen Gentium, 15), Nos abrigamos la esperanza de que los cristianos que no están todavía en plena comunión con la Iglesia única se reunirán un día en un solo rebaño con un solo Pastor. 14. Creemos que la Iglesia es necesaria para salvarse, porque Cristo, el solo Mediador y Camino de salvación, se hace presente para nosotros en su Cuerpo que es la Iglesia (Cf. Lumen Gentium, 14). Pero el designio divino de la salvación abarca a todos los hombres; y los que sin culpa por su parte ignoran el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sinceridad y, bajo el influjo de la gracia, se esfuerzan por cumplir su voluntad conocida mediante la voz de la conciencia, éstos, cuyo número sólo Dios conoce, pueden obtener la salvación (Cf. Lumen Gentium, 16). 15. Creemos que la Misa celebrada por el sacerdote, representante de la persona de Cristo, en virtud del poder recibido por el sacramento del Orden, y ofrecida por él en nombre de Cristo y de los miembros de su Cuerpo Místico, es el Sacrificio del Calvario, hecho presente sacramentalmente en nuestros altares. 16. Creemos que del mismo modo que el pan y el vino consagrados por el Señor en la última Cena se convirtieron en su Cuerpo y en su Sangre, que iban a ser ofrecidos por nosotros en la cruz, así también el pan y el vino consagrados por el sacerdote se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo glorioso, y reinante en el cielo, y creemos que la misteriosa presencia del Señor, bajo lo que sigue apareciendo a nuestros sentidos igual que antes, es una presencia verdadera, real y sustancial (Cf. Dz. Sch., 1651). Cristo no puede estar así presente en este Sacramento más que por la conversión de la realidad misma del pan en su cuerpo y por la conversión de la realidad misma del vino en su Sangre, quedando solamente inmutadas las propiedades del pan y del vino, percibidas por nuestros sentidos. Este cambio misterioso es llamado por la Iglesia, de una manera muy apropiada, "transustanciación". Toda explicación teológica que intente buscar alguna inteligencia de este misterio, para estar de acuerdo con la fe católica debe mantener que en la realidad misma, independientemente de nuestro espíritu, el pan y el vino han dejado de existir después de la consagración, de suerte que el Cuerpo y la Sangre adorables de Cristo Jesús son los que están desde ese momento realmente delante de nosotros bajo las especies sacramentales del pan y del vino (Cf. Dz. Sch., 1642, 1651-1654; Pablo VI, Enc. "Mysterium Fidei"), como el Señor ha querido para darse a nosotros en alimento y para asociarnos en la unidad de su Cuerpo Místico (Cf. S. Th., III, 73,3). La existencia única e indivisible del Señor en el cielo no se multiplica, sino que se hace presente por el Sacramento en los numerosos lugares de la tierra donde se celebra la Misa. Y sigue presente, después del sacrificio, en el Santísimo Sacramento que está en el tabernáculo, corazón viviente de cada una de nuestras iglesias. Es para nosotros un dulcísimo deber honrar y adorar en la santa Hostia que ven nuestros ojos al Verbo Encarnado que no pueden ver, el cual sin abandonar el cielo se ha hecho presente ante nosotros. 17. Confesamos que el Reino de Dios iniciado aquí abajo en la Iglesia de Cristo no es de este mundo, cuya figura pasa, y que su crecimiento propio no puede confundirse con el progreso de la civilización, de la ciencia o de las técnicas humanas, sino que consiste en conocer cada vez más profundamente las riquezas insondables de Cristo, en esperar cada vez con más fuerza los bienes eternos, en corresponder cada vez más ardientemente al Amor de Dios, en dispensar cada vez más abundantemente la gracia y la santidad entre los hombres. Este mismo amor es el que impulsa a la Iglesia a preocuparse constantemente del verdadero bien temporal de los hombres. Sin cesar de recordar a sus hijos que ellos no tienen una morada permanente en este mundo, los alienta también, en conformidad con la vocación y los medios de cada uno, a contribuir al bien de la ciudad terrenal, a promover la justicia, la paz y la fraternidad entre los hombres, a prodigar ayuda a sus hermanos, en particular a los más pobres y desgraciados. La intensa solicitud de la Iglesia, Esposa de Cristo, por las necesidades de los hombres, por sus alegrías y esperanzas, por sus penas y esfuerzos, nace del gran deseo que tiene de estar presente entre ellos para iluminarlos con la luz de Cristo y juntar a todos en El, su único Salvador. Pero esta actitud nunca podrá comportar que la Iglesia se conforme con las cosas de este mundo ni que disminuya el ardor de la espera de su Señor y del Reino eterno. 18. Creemos en la vida eterna. Creemos que las almas de cuantos mueren en la gracia de Cristo -ya las que todavía deben ser purificadas en el purgatorio, ya las que desde el instante en que dejan los cuerpos son llevadas por Jesús al Paraíso como hizo con el buen ladrón-, constituyen el Pueblo de Dios más allá de la muerte la cual será definitivamente vencida en el día de la resurrección cuando esas almas se unirán de nuevo a sus cuerpos. 19. Creemos que la multitud de aquellos que se encuentran reunidos en torno a Jesús y a María en el Paraíso, forman la Iglesia del cielo donde, en eterna bienaventuranza, ven a Dios tal como es (Cf. 1 Jn., 3,2; Dz. Sch., 1000) y donde se encuentran asociadas, en grados diversos, con los santos Ángeles al gobierno divino ejercido por Cristo en la gloria, intercediendo por nosotros y ayudando nuestra flaqueza mediante su solicitud fraternal (Cf. Lumen Gentium, 49). 20. Creemos en la comunión de todos los fieles de Cristo, de los que aún peregrinan en la tierra, de los difuntos que cumplen su purificación, de los bienaventurados del cielo, formando todos juntos una sola Iglesia; y creemos que en esta comunión el amor misericordioso de Dios y de los Santos escucha siempre nuestras plegarias, como el mismo Jesús nos ha dicho: Pedid y recibiréis (Cf. Luc. 10,9-10; Jn., 16,24). De esta forma, con esta fe y esperanza, esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. ¡Bendito sea Dios, tres veces santo! Amén. PABLO
VI, Papa |
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