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Cuando en el campo de concentración de Dachau la necesidad era ya insoportable y muchos de los prisioneros morían de hambre, el Padre Kentenich [1] promovió entre el círculo de los Schonstattianos una Novena a la Madre de Dios. Y con ella logró la ayuda anhelada. Esta Novena finalizó en la Fiesta de la Visitación (2-7-1942). Al contemplar esta Fiesta de María, el Padre Kentenich hizo una oración para los nueve días: "Madre, yo te saludo; Madre, salúdame también Tú a mi." Explicando esta sencillísima oración, dijo él a los suyos que este Saludo de la Madre de Dios a Isabel "obraba milagros". Leemos en la Sagrada Escritura: "Y María saludó a Isabel." (Lc. 1, 40). Isabel reconoció, iluminada por el Espíritu Santo, que María llevaba al Mesías bajo su corazón. Juan, su hijo, fue santificado en su seno: "... tan pronto oí tu saludo, el niño saltó de gozo en mi seno" (Lc. 1,44). |
"Madre, yo te saludo; salúdame también Tú a mi" |
Y Zacarías recobró nuevamente el habla. ¿No deberíamos nosotros también hacer nuestra esta jaculatoria que obra milagros y rezarla -llenos de confianza- como Novena? Y no solamente para nosotros, sino también para todas las grandes y difíciles necesidades de nuestro tiempo: "Madre, yo te saludo; saluda tú a mi marido, que está expuesto a muchas tentaciones... Saluda a mi mujer, que anda por caminos peligrosos... A mi hija, que ha caído en la costumbre de la droga... A nuestro hijo, que sigue sin aparecer... Saluda a nuestros sacerdotes...", etc. Entonces, muchos de los sacerdotes que pasan por momentos de crisis, permanecerán fieles a su consagración -gracias a nuestra jaculatoria que "obra milagros"; entonces, también nuestra juventud, a veces tan desvalida, se encontrará más protegida y podrá comprender mejor el sentido de la vida. El odio endemoniado podrá poco a poco convenirse en amor, y así los hombres podrán vivir en paz. Los enfermos sanarán o recobrarán fuerzas para llevar su cruz con valentía, uniéndose a Cristo, el gran portador de la Cruz. Este es el aporte más fuerte y eficaz para que el mundo vuelva al Hogar del Padre. La agitación de nuestro tiempo, unida a las super-exigencias a que están sometidos los hombres, no da posibilidad a veces para más largas oraciones; pero con la súplica breve, llena de confianza, podemos quizá, en medio del ajetreo diario, dirigirnos a la Madre de Dios diciéndole: "¡Madre, saluda a los que tanto quiero... Madre, saluda también a aquellos que tanto me preocupan... Saluda a nuestro pobre pueblo... Saluda a los que gobiernan las naciones... Saluda a todos los que necesitan de tu poder transformador... Saluda a los jóvenes, saluda a los ancianos, saluda a los que viven en soledad...! "Madre, yo te saludo; salúdalos también Tú a ellos." Amén.
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