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(S. XVI) |
En el árbol de la cruz Estaba Cristo pendiente, Y el cielo, el mar y la tierra Cada cual su muerte siente. Tiene su cuerpo sagrado Hecho de sangre una fuente, Con la cual fue redimida La miseria y pobre gente. Culpas ajenas pagaba Aquel Cordero inocente, Que fue por salvar al hombre Hasta morir obediente. En madero fue la ofensa De nuestro primer pariente, Y en madero la redime El que es todo omnipotente. Mirándole está su Madre Y llorando amargamente, Y el sagrado Evangelista, Que también está presente. » |
Consolando el desconsuelo De aquel dolor tan urgente, Que vida en ninguno dellos Ni permite ni consiente. La naturaleza humana Fue al morir correspondiente, Que puesto que allí Dios hombre Con divino amor ardiente Estuviese padeciendo Por el hombre delincuente, En cuanto hombre padecía, Que en cuanto Dios no es paciente. Por el divino costado Tiene el corazón patente, Y de allí sangre divina Con soberana corriente Sale lavando la culpa De su siervo inobediente. Y al tiempo que ya expiraba Con el mortal accidente, Los rayos del sol perdieron Su lumbre resplandeciente. Las piedras unas con otras Combaten ásperamente; Muriendo el Sol de justicia, No quedó cosa viviente Que no mostrase dolor Lo sensible y que no siente, Cesó la ley de Escritura Celebrada antiguamente, La de gracia comenzando Tan suave y aplaciente. Quedó el hombre desde allí De nuevo convaleciente, Capaz de merecer gloria Si viviere justamente. |
Ilustración de esta página: Crucifixión de Jacopo Bassano. 1562. Museo Cívico, Treviso. |
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