ACTO
DE DESAGRAVIO DE PÍO XI
¡Oh dulcísimo
Jesús, cuyo inmenso amor a los hombres no ha recibido
en pago, de los ingratos, más que olvido, negligencia
y menosprecio! Vednos postrados ante vuestro altar, para reparar,
con especiales homenajes de honor, la frialdad indigna de los
hombres y las injurias con que, en todas partes, hieren vuestro
amantísimo Corazón.
Mas recordando que también
nosotros alguna vez nos manchamos con tal indignidad de la cual
nos dolemos ahora vivamente, deseamos, ante todo, obtener para
nuestras almas vuestra divina misericordia, dispuestos a reparar,
con voluntaria expiación, no sólo nuestros propios
pecados, sino también los de aquellos que, alejados del
camino de la salvación y obstinados en su infidelidad,
o no quieren seguiros como a Pastor y Guía, o, conculcando
las promesas del Bautismo, han sacudido el suavísimo yugo
de vuestra ley.
Nosotros queremos expiar tan
abominables pecados, especialmente la inmodestia y la deshonestidad
de la vida y de los vestidos, las innumerables asechanzas tendidas
contra las almas inocentes, la profanación de los días
festivos, las execrables injurias proferidas contra vos y contra
vuestros Santos, los insultos dirigidos a vuestro Vicario y al
Orden Sacerdotal, las negligencias y horribles sacrilegios con
que es profanado el mismo Sacramento del amor y, en fin, los
públicos pecados de las naciones que oponen resistencia
a los derechos y al magisterio de la Iglesia por vos fundada.
¡Ojalá que nos
fuese dado lavar tantos crímenes con nuestra propia sangre!
Mas, entretanto, como reparación del honor divino conculcado,
uniéndola con la expiación de la Virgen vuestra
Madre, de los Santos y de las almas buenas, os ofrecemos la satisfacción
que vos mismo ofrecisteis un día sobre la cruz al Eterno
Padre y que diariamente se renueva en nuestros altares, prometiendo
de todo corazón que, en cuanto nos sea posible y mediante
el auxilio de vuestra gracia, repararemos los pecados propios
y ajenos y la indiferencia de las almas hacia vuestro amor, oponiendo
la firmeza en la fe, la inocencia de la vida y la observancia
perfecta de la ley evangélica, sobre todo de la caridad,
mientras nos esforzamos además por impedir que seáis
injuriado y por atraer a cuantos podamos para que vayan en vuestro
seguimiento.
¡Oh benignísimo
Jesús! Por intercesión de la Santísima Virgen
María Reparadora, os suplicamos que recibáis este
voluntario acto de reparación; concedednos que seamos
fieles a vuestros mandatos y a vuestro servicio hasta la muerte
y otorgadnos el don de la perseverancia, con el cual lleguemos
felizmente a la gloria, donde, en unión del Padre y del
Espíritu Santo, vivís y reináis, Dios por
todos los siglos de los siglos. Amén.
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ACTO
PARA DESAGRAVIAR Y CONGRACIARSE
AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Oh Corazón clementísimo
de Jesús, divino propiciatorio, por el cual prometió
el Eterno Padre que oiría siempre nuestras oraciones:
yo me uno con vos para ofrecer a vuestro Eterno Padre este mi
pobre y mezquino corazón, contrito y humillado en su divino
acatamiento, y deseoso de reparar cumplidamente sus ofensas,
en especial las que vos recibís de continuo en la Eucaristía,
y señaladamente las que yo, por mi desgracia, también
he cometido. Quisiera, divino Corazón, lavar con lágrimas
y borrar con sangre de mis venas las ingratitudes con que todos
hemos pagado vuestro tierno amor. Junto mi dolor, aunque tan
leve, con aquella angustia mortal que os hizo en el huerto sudar
sangre a la sola memoria de nuestros pecados. Ofrecédselo,
Señor, a vuestro Eterno Padre, unido con vuestro amabilísimo
Corazón. Dadle infinitas gracias por los grandes beneficios
que nos hace continuamente, y supla vuestro amor nuestra ingratitud
y olvido. Concededme la gracia de presentarme siempre con gran
veneración ante el acatamiento de vuestra divina Majestad,
para resarcir de algún modo las irreverencias y ultrajes
que en vuestra presencia me atreví a cometer, y que de
hoy en adelante me ocupe con todo mi conato en atraer con palabras
y ejemplos muchas almas que os conozcan y gocen las delicias
de vuestro Corazón. Desde este momento me ofrezco y dedico
del todo a dilatar la gloria de este sacratísimo y dulcísimo
Corazón. Le elijo por el blanco de todos mis afectos y
deseos, y desde ahora para siempre constituyo en él mi
perpetua morada, reconociéndole, adorándole y amándole
con todas mis ansias, como que es el Corazón de mi amabilísimo
Jesús, de mi Rey y soberano dueño, Esposo de mi
alma, Pastor y Maestro, verdadero Amigo, amoroso Padre, Guía
segura, firmísimo Amparo y Bienaventuranza. Amén. |