DÍA PRIMERO
Amemos a María
Inmaculada
por su celestial hermosura
Comenzar con las oraciones
de todos los días.
Una señal extraordinaria
apareció en el Cielo: Una mujer vestida del sol, la luna
debajo de sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas.
¿Quién es esta mujer vista por San Juan en sus
revelaciones sino la Reina de los Cielos, la misma que el 27
de Noviembre de 1830 realizó los deseos y las esperanzas
de Sor Catalina de verla en su mayor hermosura? ¿Quién
sino la mujer privilegiada, en la cual ha reunido Dios más
perfecciones que en todas las obras de sus manos? ¿Quién
sino su perfecta, su primogénita, su inmaculada, la que
raya en los límites de lo infinito, la que ha alcanzado
cierta igualdad con Dios, dice S. Bernardo, por la infinidad
de sus perfecciones? Si, pues, tanta mayor influencia ejerce
un objeto en nuestro corazón cuanto mas perfecto nos parece,
¿con qué ardor no deberemos amar a esta obra maestra
de la omnipotencia divina? ¡Oh Madre del amor hermoso!
Tomad de hoy para siempre posesión de mi alma, reinad
en ella como en legítimo trono, y arrancad y destruid
en sus términos cuanto no se compagine con vuestro amor.
No quiero conveniencias ni placeres, ni seducciones que pueden
separarme de Vos, sino amaros con todo mi corazón, para
tener la dicha de veros algún día, como de vuestra
bondad lo espero, en la patria de los escogidos.
Medítese lo dicho
y con entera confianza en la Santísima Virgen, pídase
la gracia particular que se desee obtener mediante su intercesión.
Terminar con las súplicas,
ofrecimiento y oración final.
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DÍA SEGUNDO
Amemos a María
Inmaculada
por su incomparable santidad
Comenzar con las oraciones
de todos los días.
¿Qué son todas
las perfecciones naturales de María comparadas con su
santidad? Llena de gracia la llamó el Arcángel
para darnos a entender que la medida de la plenitud de Cristo
no se derramó en su alma gota a gota, como sobre las de
los demás mortales, sino que desde el primer momento de
su existencia vino a envolverla cual en inmenso océano
de perfecciones; atreviéndose a decir los Santos Padres
que, aun cuando muchas almas justas han acumulado abundantes
méritos, a todas sobrepujó María en su Concepción,
y aun cuando la perfección de los espíritus angélicos
sea una elevada montaña cuya cúspide no alcanzan
nuestros ojos, sobre ella se sientan los fundamentos de la santidad
de María, y aunque Dios se vea atraído por el perfume
de la virtud de sus siervos, ama más la orla del manto
de su Madre que todas las gracias y méritos de las demás
criaturas. ¿Quién no deducirá de aquí
deseos ardientes de amar y venerar a tan excelsa Señora?
Yo al menos, Virgen Inmaculada, quiero ser vuestro perpetuo esclavo,
no contentándome con un aprecio sensible y estéril,
sino procurando hacer en todas mis obras vuestra santa voluntad,
para merecer en todo tiempo vuestras bendiciones y participar
algún día de vuestra gloria.
Medítese lo dicho
y con entera confianza en la Santísima Virgen, pídase
la gracia particular que se desee obtener mediante su intercesión.
Terminar con las súplicas,
ofrecimiento y oración final.
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DÍA TERCERO
Amemos a María
Inmaculada,
porque es nuestra corredentora
Comenzar con las oraciones
de todos los días.
No es sólo la consideración
de las perfecciones y gracias de María lo que nos induce
a amarla, es también el agradecimiento al sin igual beneficio
que de tales perfecciones se nos ha derivado. Hijos de ira, descendientes
de un padre proscrito, aun gemiríamos bajo el más
abyecto de los cautiverios, si Dios en su infinita misericordia
no hubiese determinado salvarnos, sirviéndose del pie
virginal de esta Inmaculada Criatura para asestar el golpe de
gracia que derribase de su trono a nuestro infernal tirano. Salve,
pues, Virgen invicta, clamaremos una y mil veces, que comenzasteis
con vuestra Concepción a triunfar de Lucifer; salve, brillante
aurora, que anunciasteis el día de nuestra libertad; salve,
arca de la alianza, que guardasteis en vuestro casto seno el
alimento que nos había de dar la vida; salve, Madre de
Jesucristo, que en el Calvario cooperasteis con vuestra sangre
y con vuestros dolores a la obra de nuestra redención.
¿Cómo no amaros, Virgen gloriosa, si por vuestra
mediación hemos recibido todos los bienes? ¿ Cómo
no sacrificarnos por Vos, si por amor nuestro dejasteis sacrificar
a vuestro Hijo, y sufristeis de buen grado los mayores tormentos?
Quiero amaros, Señora, quiero ser vuestro en el tiempo
y en la eternidad.
Medítese lo dicho
y con entera confianza en la Santísima Virgen, pídase
la gracia particular que se desee obtener mediante su intercesión.
Terminar con las súplicas,
ofrecimiento y oración final.
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DÍA CUARTO
Confiemos en
María Inmaculada,
que puede protegernos
Comenzar con las oraciones
de todos los días.
Como los pobres y desvalidos,
que buscan remedio a su necesidad, se dirigen a los ricos y poderosos,
así nosotros, verdaderos mendigos de Dios, que sólo
de limosna esperamos las gracias necesarias para nuestra santificación
y salvación, recurrimos a María, celestial dispensadora
de los tesoros divinos. Sabemos que por ser la Hija predilecta
del Eterno Padre, la Madre Inmaculada de Jesucristo y la amantísima
Esposa del Espíritu Santo, le corresponde en el Cielo
la más encumbrada gloria; sabemos que se acerca al trono
de la divinidad, no como sierva que pide, sino como señora,
que manda, segura de que su Hijo Santísimo nada le podrá
negar; sabemos que Dios ha dividido su imperio, y reservándose
para sí propio el ejercicio de la justicia, ha entregado
a su Madre la administración de la misericordia; y después
de todo esto vemos a nuestra celestial Señora aparecer
en la tierra cargada de gracias que se le escapan de las manos.
¿Cómo no confiar en Ella? Oh, sí, diremos
con San Bernardo, Vos sois Madre de la misericordia, cuyos insondables
abismos abrís, cuando, como y a quien os place, para que
nadie tema por muchas que sean sus iniquidades, con tal de que
a vuestro valimiento se acoja.
Medítese lo dicho
y con entera confianza en la Santísima Virgen, pídase
la gracia particular que se desee obtener mediante su intercesión.
Terminar con las súplicas,
ofrecimiento y oración final.
Días 5 a 9 de
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