DÍA QUINTO
Confiemos en
María Inmaculada,
que quiere protegernos
Comenzar con las oraciones
de todos los días.
¿Qué amor hay
comparable al amor de una madre? ¿ Quién así
se interesa, así se desvive, así se sacrifica por
el más querido de sus prójimos como procura una
madre el mayor bien del más ingrato de sus hijos? ¿Y
no es María Santísima nuestra Madre celestial?
¿No hemos recibido la vida sobrenatural a costa de la
sangre de Jesucristo, que era su propia sangre? ¿No nos
adoptó en el Calvario por hijos de su dolor? No extrañemos,
pues, que se apareciese a Sor Catalina con las manos amorosamente
inclinadas hacia la tierra, y manifestándole deseos de
que toda clase de personas se acerquen a Ella en demanda de las
infinitas gracias que está dispuesta a conceder, antes
bien, entreguemos nuestro corazón a sentimientos de confianza,
y repitamos la frase de San Buenaventura: No temas, alma mía,
que la causa de tu eterna salvación no se perderá,
estando la sentencia en manos de Jesús, que es tu hermano,
y de María que es tu Madre.
Medítese lo dicho
y con entera confianza en la Santísima Virgen, pídase
la gracia particular que se desee obtener mediante su intercesión.
Terminar con las súplicas,
ofrecimiento y oración final.
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DÍA SEXTO
Confiemos en
María Inmaculada,
que siempre nos protege.
Comenzar con las oraciones
de todos los días.
Si María es omnipotente
por la gracia como lo es Jesucristo por naturaleza; si sus amorosas
entrañas de Madre no sufren un infortunio en sus hijos
sin tratar de remediarlo; si tiene en el cielo perfecto conocimiento
de lo que ocurre en la tierra, ¿cómo no hemos de
estar seguros de su protección? ¿No acredita la
experiencia de veinte siglos de cristianismo que la ha ejercido
admirablemente en todos los países y con toda clase de
personas? Desde el tiempo de los Apóstoles hasta hoy,
¿no ha sido siempre María la que ha alentado cuantas
empresas redundan en gloria de Dios? ¿No ha fortalecido
a los mártires, iluminado a los apologistas, sostenido
la virtud de confesores y vírgenes, combatido todas la
herejías e impiedades? ¿No ha sido siempre el consuelo
de los afligidos, la salud de los enfermos, el remedio de todas
las desgracias? ¿Y no acredita la historia de la Medalla
Milagrosa que continúa nuestra Madre mostrándose
tan pródiga en favor nuestro como en favor de nuestros
mayores?. ¡Oh cuánta razón tenemos para repetir
llenos de confianza la frase de San Buenaventura!: "Sirvamos
siempre a esta celestial Reina, que jamás desatiende a
los que en Ella confían."
Medítese lo dicho
y con entera confianza en la Santísima Virgen, pídase
la gracia particular que se desee obtener mediante su intercesión.
Terminar con las súplicas,
ofrecimiento y oración final.
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DÍA SÉPTIMO
A María
Inmaculada
deben recurrir las almas fervorosas
Comenzar con las oraciones
de todos los días.
¡Dichosa el alma justa,
para quien nada hay importante sino el amar a Dios y procurar
su gloria, en quien satisfecha mora la augustísima Trinidad,
por que ve en ella reflejadas sus divinas perfecciones! Muchos
serán los tesoros de méritos que sucesivamente
vayas acaparando, con los cuales habrá de coronarte el
Juez supremo; pero te será preciso advertir que los llevas
en muy frágil vasija, y que mientras estás en pie
debes andar alerta para no caer, pues son muchos los enemigos
conjurados contra ti. ¿Y quién podrá defenderte
de ellos? ¿ Quién podrá sino tu Inmaculada
Madre, a cuya protección tienes especial derecho por tu
semejanza con su Santísimo Hijo, y porque promete amar
a los que le aman? Si, pues, todos deben confiar en Ella, tú,
alma fervorosa, que te esmeras en complacerla con el cumplimiento
exacto de la divina voluntad, toma al pie de la letra las palabras
de San Bernardo: "Encomiéndate a María, y
no desconfíes: si su mano te sostiene, no caerás;
si te protege, no te perderás; si es tu guía, te
salvarás sin trabajo; si te defiende, llegarás
indefectiblemente al reino de los bienaventurados."
Medítese lo dicho
y con entera confianza en la Santísima Virgen, pídase
la gracia particular que se desee obtener mediante su intercesión.
Terminar con las súplicas,
ofrecimiento y oración final.
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DÍA OCTAVO
A María
Inmaculada
deben recurrir las almas tibias
Comenzar con las oraciones
de todos los días.
¡A qué triste
estado de postración se ve reducida un alma tibia! ¡Con
cuánta verdad puede de ella decirse que es desgraciada
y miserable, y pobre, y ciega, y desnuda! Sus buenas obras carecen
de mérito por no estar informadas de pureza de intención:
sus continuos pecados veniales van secando el manantial de las
gracias e incitan a Dios a vomitarla de su boca, y lo más
lamentable de todo es que se ve arrastrada, sin sentirlo, al
endurecimiento y la impenitencia, como se ven caer en el sepulcro
ciertos enfermos atacados de dolencias crónicas que secretamente
minan su organismo, sin que se note necesidad de aplicarles conveniente
remedio. Abre los ojos, alma tibia; date cuenta de tu terrible
enfermedad; acude a la que, con justicia, llamamos salud de los
enfermos, suplicándole tu curación, y, a poco que
excites tus deseos de amarla con más ardor y generosidad
y de animar tu languidez y decaimiento, podrás decir con
San Alfonso: "En Vos confío, Madre de Dios; estoy
enfermo, pero Vos, Médico celestial, podéis curarme;
estoy débil, pero vuestra ayuda, Virgen invicta, me devolverá
la fortaleza; todo lo espero de Vos, porque todo lo podéis
con Dios."
Medítese lo dicho
y con entera confianza en la Santísima Virgen, pídase
la gracia particular que se desee obtener mediante su intercesión.
Terminar con las súplicas,
ofrecimiento y oración final.
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DÍA NOVENO
A María
Inmaculada
deben recurrir los pecadores
Comenzar con las oraciones
de todos los días.
¡Pobres pecadores! ¡Cuán
dignos son de compasión! Ilusionados con las apariencias
de felicidad que sus culpas les ofrecen, no reparan en las graves
injurias que a Dios infieren con su rebeldía, ni en la
crueldad con que laceran el corazón de su Inmaculada Madre,
ni en la responsabilidad que contraen, haciéndose dignos
de los más espantosos castigos del Cielo para el tiempo
y para la eternidad. ¿Quién dará luz a su
entendimiento para que vean el abismo de males a que se hallan
abocados, y energía a su corazón para aborrecer
lo que aman y amar lo que miran con indiferencia? ¿Y quién
aplacará al Juez supremo, justamente irritado con tantas
prevaricaciones? ¿Quién sino nuestra compasiva
Madre, llamada con justicia Refugio de pecadores, porque, como
dice San Anselmo, acoge con afecto maternal al pobre pecador
a quien todo el mundo desprecia? Acudamos, pues, a María,
llenos de arrepentimiento y dolor de nuestras culpas; prometámosle
sinceramente la enmienda, y Ella nos restituirá a la amistad
de su Hijo.
Medítese lo dicho
y con entera confianza en la Santísima Virgen, pídase
la gracia particular que se desee obtener mediante su intercesión.
Terminar con las súplicas,
ofrecimiento y oración final. |